Publicado por diario / Sábado 12 de Enero 2008
Diario Fronteras
Ramón Sosa Pérez
La crónica anterior abordó con suficiencia la muestra de simpatía surandina, expresada en el recibimiento de los canagüenses a sus paisanos el 28 de diciembre, atendiendo a una programación que, desde distintos y desiguales lugares del orbe, se formuló un grupo de hijos de esta tierra para concertar el denominado I Reencuentro de Canaguá 2207. Correspondimos al llamado vocacional, inspirados sólo en el llamado de la tierruca que desde siempre revalida esta generosa estancia sureńa que nos vio nacer y crecer. Y es que el convite surandino es ocasión de consolidar afectos en cualquier época. La caravana “Todos a Canaguá” se convirtió en punto de convergencia y motivo de algazara. Cada quien quería estar en primera fila para el arranque y a todos animaba un mismo destino. En las palabras de rigor en el saludo sureńo, no escaseaban las ensayadas frases: żCuándo vino el amigo?, ży ese milagrote?, ża qué debo la honra?, entre tantas otras, salpicadas del fino humor nuestro que contagia a todos por igual. Parafraseando a un viejo sacerdote acequiense, fallecido hace poco, quien solía decir que “en el sur, la pena de uno es pena de todos y la alegría de alguien, se comparte con el vecino y el pariente por igual”. Esas palabras del padre Alfonso Rojas, las hicimos buenas en el viaje de retorno. Había la advertencia de los promotores en que se apostarían algunas paradas en la vía, para conversar, esperar al rezagado o sencillamente para confiar con los acompańantes algún episodio digno de mejor recuerdo. Esta nota pintoresca, tomada con religiosa observancia, nos llenó espiritualmente por cuanto presenciamos animadas tertulias y francas risotadas que delataban al paisano, hilvanando épocas pretéritas y resurgiendo en el tiempo alegres evocaciones. El periplo, iniciado el 28 de diciembre de 2007, concentró a los paisanos de El Molino y comunidades aledańas al recibimiento fastuoso y animado, a la vera del camino. Las viandas fueron insuficientes y uno que otro espirituoso trago debió aliviar a algunos y confortar a otros, ávidos de mayor energía para la marcha. Los rostros alborozados indicaban que la jornada recién cumplía su meta; fomentar la unidad y avivar la solidaridad sureńa, en la expresión de acompańar una larga travesía que nos llevaba al encuentro con los seres más cercanos en el afecto. A la entrada del pueblo, decenas de paisanos dieron vivas a la entusiasta caravana, que a muchos recordó los tiempos del arribo del jeep en la emoción de 1954, el arribo de un obispo o, quizá, la llegada de algún candidato presidencial. Era 28 de diciembre y, ante el retardo de la aparición de los viandantes, una vecina de El Rincón, instalada con preocupación al lado del arco de recepción, se atrevió a vaticinar que quizá alguien los tomó por inocentes ese día. Al carácter agorero de la buena seńora nadie pareció prestarle atención, cuando decenas de bocinas y cientos de gritos ensordecedores se aproximaron a la entrada de Canaguá, bien entrada la tarde. Ya en el pueblo, en recorrido espontáneo que guiaron los sacerdotes con el párroco del lugar, la Virgen del Carmen siguió de referente, rumbo al templo. Otros tantos, desviaron ruta y en el confundido abrazo con cuanto paisano saludaban, aparcaron enseres, avío y vehículo en sus pernoctas familiares. Un par de horas más tarde, el llamado Complejo Ferial de Canaguá albergó al vecindario que hizo del I Reencuentro una verdadera fiesta popular, con plena participación de todos. Cada quien hizo del evento lo que creyó conveniente y de resultas, la animación copó los espacios del pueblo y la celebración cobró matices de auténtico topetazo de regocijo y contento popular. En la gente sureńa había motivos para obsequiar un amplio saludo, a lo que el coplero del patio, Henry Contreras, sumó sus bártulos para inspirarse en un copioso anecdotario que animó con aplaudidas ovaciones de su gente. Concluía el viernes con la fiesta popular y ya, el sábado, la misa concelebrada convocó a los sacerdotes hijos de Canaguá, presentes en la cita, para la Eucaristía. El gesto del párroco Luís Enrique Rojas, en el llamamiento para compartir la homilía con recuerdos de aquellos nińos, hoy ministros del altar, fue elogiado con bondad por los asistentes al oficio. En las casas, aisladas en la distancia pero cercanas en la evocación, se regocijaron con la palabra de sus paisanos ante el púlpito. En horas de la noche, un Foro Público, a proposición del padre Honnegger Molina, llamó a los canagüenses hasta el templo. Quedó sellado el compromiso de ahondar en la búsqueda de la verdad histórica, sin pasiones ni vaguedades. El deber con la verdad y la responsabilidad en la investigación dará frutos pronto, a juicio del proponente. De nuestra parte, agradecimos la gentileza del foro que se prolongó al siguiente día, en las radioemisoras locales con tópicos muy puntuales. Al reconocer el mérito de la convocatoria, asumimos en el padre Honnegger a un joven maduro en sus apreciaciones y objetivo en sus juicios, analítico de atinado comentario y deseoso de conocer su pasado histórico. He allí un reto para continuar en esa dirección de ahondar la indagación de quiénes somos y hacia dónde vamos. “Canaguá, una mirada desde el Reencuentro” es una invitación para reconocernos en nuestras fortalezas y revisar las debilidades y afrontarlas con nobleza y compromiso. Si cada uno de nosotros asume el empeńo necesario, el sur se empinará una vez más para nuevos desafíos. Siempre ha sido así. Hoy no somos excepción. Salud, paisanos y gracias a quienes, desde tan lejos, vinieron y nos dispensaron horas de grata estancia en esta venturosa tierra.
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