Año de 1813. Los caminos indomables de la lejana serranía traen la gran noticia de libertad. Las cinco águilas de Don Tulio emprenden su más alto vuelo por los vientos libertarios de la majestuosa sierra, dejando en su canto el elogio más sublime con el titulo: “Libertador”, es el paso de Bolívar, que junto a una multitud de Quijotes se dispone a visitar la Ciudad cimentada en lo alto del monte. Campaña Admirable de coraje, de sacrificio, de lucha inquebrantable por dejar sembrado en la más alta de las urbes de la Patria un sueño de igualdad, de justicia y hermandad.
Pero más allá de la Mérida serrana, enclavado en medio de imponentes montañas y bañado por su río, con sus aires de llano, se asienta el histórico Mucuchachí. Su nombre ya nos habla de pueblo de indios, pues para el 4 de septiembre de 1597, se conocía como parte del Valle de Mukaria, o doctrina de la tierra de las orquídeas Aricagua. Con su paisaje agreste preservó como sagradas reliquias los vestigios de su indígenas mucuchaches, lejos de todo contagio de la influencia civil española.
La crónica nos relata unos nativos adoctrinados por los Misioneros Agustinos, venidos de Aricagua. Y como su primer cura de almas, Fray Pedro de Mendoza. La evangelización tenía su más genuino acento, gracias a los distantes estragos del colonizador, el nativo sureño recibió en cambio al misionero convertido sin duda en su padre, maestro, hermano y compañero de camino. Con la mano en el crucifijo y con la predica en los labios, se hizo la espada de doble filo para mostrar lo desconocido: los misterios de la fe. Pero también en el látigo que reclama y se hace “voz de los que no la tienen”.
Así se registra en la historia que en los primeros días del mes de Enero, del admirable 1813, cuando aún no había pisado Mérida el Brigadier Bolívar. En el suelo sureño no se conocía con detalles el inicio de su campaña admirable; pero en el corazón del cura del Morro, José Luis Ovalle, pregonero de la Buena Noticia de todo este vasto territorio, se aguardaba un fuerte sentimiento de amor por la Patria; azotada y desvastada por los abusos de la Corona. Su profunda vocación sacerdotal le llevó a mantenerse fiel al cumplimiento de la misión del Mesías: “dar libertad a los cautivos”. Con su mayor arma: La Palabra Divina y el testimonio preclaro de un auténtico “Apóstol de Cristo”. En sus predicaciones penetraba hasta lo más profundo en las almas de sus fieles el sueño libertario.
No tuvo investidura militar ni laureles militares, pero si relevante humildad franciscana, pasión por su pueblo, fidelidad a su Iglesia y compromiso por los más pobres. Como relámpago apocalíptico iluminó las almas nobles de sus creyentes campesinos. Su voz profética lo convirtió en el Juan Bautista que preparó el camino al Libertador. El ambiente es primaveral, el sol brilla en todo su esplendor, pero también corría la desoladora noticia de aguerridas tropas comandadas por el General Contreras que se movían desde Bailadores hacia el sur merideño. Por la mente del Venerable Cura, quizá pasaron imágenes de muerte, oscuridad, tristeza y desolación. Pero su alma henchida de la fuerza divina hizo que aquel apóstol de la montaña, con acierto, entusiasmo y dispuesto a ganar la corona de gloria que no se marchita, con la valentía de ofrendar a la Patria hasta el sacrificio de su propia vida, logra reunir en los valles de Santa Bella a trescientos feligreses. Como la escena bíblica del pueblo caminante por el desierto, pequeño ante la grandeza del Faraón, pero grande por la mano provisoria y el brazo extendido del Señor. Así fueron estos fieles guiados por el heroico levita.
El paso por esta aldea era obligado. Caminos del llano y del cerro, subida del cabestrero y arriero, de sueños y esperanzas. Tiempos después cuentan que pasó por allí la reina Urbina con sus codiciados tesoros. Era el día 30 de enero de 1813, antes de despuntar la aurora, el cura José Luís Ovalle invocó al cielo la Madre del Pilar bendijo sus ejércitos, impuso el santo escapulario que les sirvió de coraza, con los fusiles en mano y con un solo grito: ¡libertad! Irrumpieron en el silencio monacal de la montaña, una humarada de pólvora guerrera veían los vecinos del pueblo, quienes se unían a los patriotas venidos hasta de Acequias. Eran un solo equipo bajo el mando firme del ministro del altar, pronto la mano del Señor de los ejércitos hizo posible la derrota a las funestas tropas realistas. Humilladas así no pudieron profanar el suelo sagrado de los tatuyes que ciento catorce días después pisaría el General libertador de los treinta años. El grito de libertad en la Campaña de Mucuchachí fue entonces el primer saludo de fúsiles victorioso que la provincia merideña anticipó al fresco los laureles del combate.
El prócer de sotana tuvo la dicha de ser contado entre los heroicos patriotas que recibieron al libertador frente a la casa consistorial de Mérida. En sus ojos brillaba la ilusión de ver en persona aquel caraqueño de alma grande y brillante como el cielo de enero en las noches sureñas de su combate. Unas letras escritas en el reposo del alma, daban cuenta al Libertador de su hazaña y sus visiones de futuro auguraban un nuevo nacimiento para la América: la independencia de sus hijos. Documento que Bolívar envió el 26 de mayo de 1813, en carta dirigida al Presidente de la unión Camilo Torres que comenzaba con estas emocionadas frases: “Tengo el honor de incluir a vuestra excelencia la adjunta declaración que el presbítero José Luís Ovalle, cura del pueblo del Morro en esta provincia, ha dado sobre el estado de Venezuela. Vuestra excelencia verá que es el más favorable que puede presentar la fortuna: Monte-Verde prófugo: Cumaná en manos de mil feligreses; los pueblos en insurrección y las fuerzas Españolas en el ultimo grado de debilidad. O excelentísimo señor, quien no vuela a socorrer a nuestros hermanos que luchan por la libertad. Y cuál no será nuestro dolor si llegamos tarde, después de tantos sacrificios o si sucumben ellos por falta de nuestros auxilios.” Perenne testimonio de heroísmo y amor por la Patria de este cura de pueblo. Con el nombre de “la columna de piedra blanca” se recordará por siempre, en la colina de Santa Bella, este grito de libertad de nuestro suelo surmerideño.
Pbtro. Edduar Molina Escalona
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