Foto de: Jean-Luc Crucifix
El Reencuentro en Canaguá:
Levanta mi pueblo tus brazos al cielo,recibe a tus hijos que ya están volviendo,traen en sus hombros polleros de tiempo,que fueron cargadas con tantos recuerdos.
Levanta mi pueblo tus brazos al cielo,y abraza a tus hijos que nunca se fueron,porque no hay distancias para el pensamiento,por más lejanías que haya de por medio.
Yo sé que te extrañan...y a veces mi pueblo,cuando la nostalgia les roba su sueño,andan como duendes rondando tus calles,y en ese silencio te cuentan secretos.
Hoy te ven más grande, más lindo mi pueblo,tu estás creciendo como todos ellos,y esas casas viejas que antes fueron suyas,se encuentran vestidas de puro progreso.
Ellos vuelven siempre sedientos de todo,con una sonrisa en el corazón,y a la virgencita del Carmen, que mora en nuestra Iglesia,pedimos su bendición.
Eres la casa grande que nunca olvidaron,donde todos tejimos millones de sueños,Eres el patio lleno de juegos de niños,y tantas promesas de amores eternos.
Había pocas cosas cuando nosotros nos fuimos,la escuela, la iglesia, el río y la cruz,estas y otras tantas que hay en nuestra memoria,son claros reflejos de tu juventud.
También personajes que el tiempo no borra,pelucano y su garrote, Rubén y sus muletas,Oriol y su parranda, Don Timoteo y sus historias y otros tanto que no están hoy,
pero que son pedazos de vida que no tienen fin.
Ya muchos me han dicho que se están volviendo,para que sus hijos disfruten tu paz,que en esas ciudades sobradas de todo,les falta el sentido de tu libertad.
Algo de misterio hay en tus entrañas,porque no podemos dejarte de ver,con todas las vueltas que nos da la vida,siempre regresamos, amado: Canaguá
Autor: Pbro. Edduar Molina Escalona.
Casos y cosas
El sabor de la tierruca
(I )
Ramón Sosa Pérez
Le cupo el mérito al escritor Manuel Vicente Romero-García de ser autor de la primera novela de tema venezolano, amén de calzar en ella el testimonio del “sabor de la tierruca” para asentar así, la evidencia de querer lo propio y darle justeza en el valor que merece. Hoy concordamos con la expresión, al retornar la vista y el corazón al lar nutricio, al solar primero, al alero de nuestra infancia, al rescoldo de nuestros sueños iniciales.
La razón arriba señalada nos coloca en el espacio de compartir esta primera crónica con quienes, semanalmente, apuntalan la cercanía de viejos y nuevos afectos a través de breves líneas, cinceladas con el ánimo de tatuar imperecedera huella de trascendencia. Retornar a la tierra que cobijó la rutilante fase de nuestra infancia y juventud es congeniar con una ocasión de grata estancia.
El sur merideño se nos convirtió, de pronto, en la mejor senda de reencuentro. Los canagüenses, apostados desde distintos lugares del mundo, instaron a sus coterráneos al festejo de la concurrencia entre paisanos. El espacio virtual fue propicio y “Canaguá, Tierra de Soñadores” se hizo pueblo en una emocionada y emotiva ocasión de reeditar viejos y francos lazos de amistad y solidaridad.
La expresión se logró, gracias al esfuerzo coligado entre gente de variopinta ubicación pero unidos por la querencia surandina. Desde hace meses nos incorporamos a la línea web que promovió la vecindad con Canaguá y, en el camino, nos topamos con el afecto de tantos paisanos que sumaban voluntades cada día. De pronto nos sentimos condueños de la convocatoria y dispusimos la valija rumbo al sur merideño.
El 28 de diciembre, luego de un sinnúmero de fructíferas citas en organización, los canagüenses (y tantos sureños más) nos juntamos en Estanques y, con la imagen mariana de mayor devoción en la tierra surandina, iniciamos la admirable jornada de reencuentro. Presidía la Virgen del Carmen, al tiempo que decenas de vehículos escoltaban con gritos y vivas de alegría, el arribo a cada estancia por todos añorada.
El ascenso por la empinada Cuesta de Tusta, con cientos de canagüenses henchidos de emoción, se cumplió con éxito. Una primera pausa tocó el límite del Filo de Los Aserruchos a las 11 y 45 minutos de la mañana. El padre Edduard Molina encomendó la ruta con cánticos que siguieron al punto los caminantes, fervorosos prosélitos de la Virgen del Carmen, Patrona de Canaguá.
El camino se hacía menos tortuoso, justo en la medida que amigos y paisanos se apeaban de los automóviles para conversar, rememorar o evocar tiempo idos ya. La plática sana y noble en las intenciones de “estas buenas gentes de sur” nos afirmaban en la seguridad de no desmayar en esos impulsos de aportación a la causa surandina de siempre. a la vera del camino, un viejo amigo, un apretón de manos, un sincero abrazo y la sonrisa amplia del morador de estas tierras; franco, sencillo y único.
La llegada a El Molino no pudo ser más emotiva. La caravana, gigantesca ya, se detuvo en medio de la plaza. Las bocinas rimbombantes no cesaban y los abrazos se multiplicaron por doquier. Allí estrechamos las manos de los paisanos que venían de Norteamérica, precisamente del Estado de Virginia y del Distrito Federal, en México. Allí se desmontaron los convocados de Europa y la Guayana Francesa. Todos a una, como Fuenteovejuna, levantaron sus manos y dieron vivas a la tierra prometedora de El Molino.
El padre Honnegger Molina, jesuita que sirve en loable compromiso en la capital de Venezuela, se añadió al grupo que encabezaba la caravana. Unos pasos más adelante, la hilera interminable de vehículos parecía insondable en su cálculo. La llegada al Páramo El Motor, que pronto recibirá más atinado nombre, lucía abarrotado de paisanos que se disputaban un lugar de privilegio para el saludo a los hijos de Canaguá que regresaban.
A los oportunos motorizados, suerte de animadores de la caravana, se sumó la emocionada tropa de jinetes que capitaneados por el coplero Henry Contreras, hicieron de la marcha una oportunidad para darle colorido y simpatía a tan vivaz recibimiento. De las casas de El Rincón salían alegres loas y hermosos cumplidos para los viandantes. Simpáticas sureñas dieron, una y otra vez, la bienvenida a los paisanos canagüenses.
Justo, a la entrada del pueblo, el sacerdote y el Alcalde, en simbolismo espontáneo de viejos tiempos, se confundieron con el pueblo para compartir tan gratos momentos con los paisanos. Nadie quería privarse del Reencuentro de Canaguá. El periodista César Adolfo, Premio Nacional de Periodismo, no creyó oportuno ausentarse de su terruño en esta hora.
La presencia de Domingo Barillas y Miguelito Rivas nos llevó a asegurar que todas las generaciones de paisanos sureños se habían volcado a estrechar la mano de los recién llegados. El festejo musical con el maestro violinista Eloy García puso la nota emotiva en el gran reencuentro con los canagüenses, cumplido este fin de año. En próxima entrega, ahondaremos sobre tan grata como enriquecedora experiencia por los caminos del sur merideño.
ramonsosaperez@yahooo.es
El Reencuentro en Canaguá:
Levanta mi pueblo tus brazos al cielo,recibe a tus hijos que ya están volviendo,traen en sus hombros polleros de tiempo,que fueron cargadas con tantos recuerdos.
Levanta mi pueblo tus brazos al cielo,y abraza a tus hijos que nunca se fueron,porque no hay distancias para el pensamiento,por más lejanías que haya de por medio.
Yo sé que te extrañan...y a veces mi pueblo,cuando la nostalgia les roba su sueño,andan como duendes rondando tus calles,y en ese silencio te cuentan secretos.
Hoy te ven más grande, más lindo mi pueblo,tu estás creciendo como todos ellos,y esas casas viejas que antes fueron suyas,se encuentran vestidas de puro progreso.
Ellos vuelven siempre sedientos de todo,con una sonrisa en el corazón,y a la virgencita del Carmen, que mora en nuestra Iglesia,pedimos su bendición.
Eres la casa grande que nunca olvidaron,donde todos tejimos millones de sueños,Eres el patio lleno de juegos de niños,y tantas promesas de amores eternos.
Había pocas cosas cuando nosotros nos fuimos,la escuela, la iglesia, el río y la cruz,estas y otras tantas que hay en nuestra memoria,son claros reflejos de tu juventud.
También personajes que el tiempo no borra,pelucano y su garrote, Rubén y sus muletas,Oriol y su parranda, Don Timoteo y sus historias y otros tanto que no están hoy,
pero que son pedazos de vida que no tienen fin.
Ya muchos me han dicho que se están volviendo,para que sus hijos disfruten tu paz,que en esas ciudades sobradas de todo,les falta el sentido de tu libertad.
Algo de misterio hay en tus entrañas,porque no podemos dejarte de ver,con todas las vueltas que nos da la vida,siempre regresamos, amado: Canaguá
Autor: Pbro. Edduar Molina Escalona.
Casos y cosas
El sabor de la tierruca
(I )
Ramón Sosa Pérez
Le cupo el mérito al escritor Manuel Vicente Romero-García de ser autor de la primera novela de tema venezolano, amén de calzar en ella el testimonio del “sabor de la tierruca” para asentar así, la evidencia de querer lo propio y darle justeza en el valor que merece. Hoy concordamos con la expresión, al retornar la vista y el corazón al lar nutricio, al solar primero, al alero de nuestra infancia, al rescoldo de nuestros sueños iniciales.
La razón arriba señalada nos coloca en el espacio de compartir esta primera crónica con quienes, semanalmente, apuntalan la cercanía de viejos y nuevos afectos a través de breves líneas, cinceladas con el ánimo de tatuar imperecedera huella de trascendencia. Retornar a la tierra que cobijó la rutilante fase de nuestra infancia y juventud es congeniar con una ocasión de grata estancia.
El sur merideño se nos convirtió, de pronto, en la mejor senda de reencuentro. Los canagüenses, apostados desde distintos lugares del mundo, instaron a sus coterráneos al festejo de la concurrencia entre paisanos. El espacio virtual fue propicio y “Canaguá, Tierra de Soñadores” se hizo pueblo en una emocionada y emotiva ocasión de reeditar viejos y francos lazos de amistad y solidaridad.
La expresión se logró, gracias al esfuerzo coligado entre gente de variopinta ubicación pero unidos por la querencia surandina. Desde hace meses nos incorporamos a la línea web que promovió la vecindad con Canaguá y, en el camino, nos topamos con el afecto de tantos paisanos que sumaban voluntades cada día. De pronto nos sentimos condueños de la convocatoria y dispusimos la valija rumbo al sur merideño.
El 28 de diciembre, luego de un sinnúmero de fructíferas citas en organización, los canagüenses (y tantos sureños más) nos juntamos en Estanques y, con la imagen mariana de mayor devoción en la tierra surandina, iniciamos la admirable jornada de reencuentro. Presidía la Virgen del Carmen, al tiempo que decenas de vehículos escoltaban con gritos y vivas de alegría, el arribo a cada estancia por todos añorada.
El ascenso por la empinada Cuesta de Tusta, con cientos de canagüenses henchidos de emoción, se cumplió con éxito. Una primera pausa tocó el límite del Filo de Los Aserruchos a las 11 y 45 minutos de la mañana. El padre Edduard Molina encomendó la ruta con cánticos que siguieron al punto los caminantes, fervorosos prosélitos de la Virgen del Carmen, Patrona de Canaguá.
El camino se hacía menos tortuoso, justo en la medida que amigos y paisanos se apeaban de los automóviles para conversar, rememorar o evocar tiempo idos ya. La plática sana y noble en las intenciones de “estas buenas gentes de sur” nos afirmaban en la seguridad de no desmayar en esos impulsos de aportación a la causa surandina de siempre. a la vera del camino, un viejo amigo, un apretón de manos, un sincero abrazo y la sonrisa amplia del morador de estas tierras; franco, sencillo y único.
La llegada a El Molino no pudo ser más emotiva. La caravana, gigantesca ya, se detuvo en medio de la plaza. Las bocinas rimbombantes no cesaban y los abrazos se multiplicaron por doquier. Allí estrechamos las manos de los paisanos que venían de Norteamérica, precisamente del Estado de Virginia y del Distrito Federal, en México. Allí se desmontaron los convocados de Europa y la Guayana Francesa. Todos a una, como Fuenteovejuna, levantaron sus manos y dieron vivas a la tierra prometedora de El Molino.
El padre Honnegger Molina, jesuita que sirve en loable compromiso en la capital de Venezuela, se añadió al grupo que encabezaba la caravana. Unos pasos más adelante, la hilera interminable de vehículos parecía insondable en su cálculo. La llegada al Páramo El Motor, que pronto recibirá más atinado nombre, lucía abarrotado de paisanos que se disputaban un lugar de privilegio para el saludo a los hijos de Canaguá que regresaban.
A los oportunos motorizados, suerte de animadores de la caravana, se sumó la emocionada tropa de jinetes que capitaneados por el coplero Henry Contreras, hicieron de la marcha una oportunidad para darle colorido y simpatía a tan vivaz recibimiento. De las casas de El Rincón salían alegres loas y hermosos cumplidos para los viandantes. Simpáticas sureñas dieron, una y otra vez, la bienvenida a los paisanos canagüenses.
Justo, a la entrada del pueblo, el sacerdote y el Alcalde, en simbolismo espontáneo de viejos tiempos, se confundieron con el pueblo para compartir tan gratos momentos con los paisanos. Nadie quería privarse del Reencuentro de Canaguá. El periodista César Adolfo, Premio Nacional de Periodismo, no creyó oportuno ausentarse de su terruño en esta hora.
La presencia de Domingo Barillas y Miguelito Rivas nos llevó a asegurar que todas las generaciones de paisanos sureños se habían volcado a estrechar la mano de los recién llegados. El festejo musical con el maestro violinista Eloy García puso la nota emotiva en el gran reencuentro con los canagüenses, cumplido este fin de año. En próxima entrega, ahondaremos sobre tan grata como enriquecedora experiencia por los caminos del sur merideño.
ramonsosaperez@yahooo.es
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